Una hora que pasó tan rápido como esos
momentos en los que, al pasar, lo único que aciertas a decir es “¡Cómo
pasa el tiempo!”. Más o menos así
pasaron dos años y una vida en Barcelona y, de repente, estaba asentado en
Madrid.
Allá donde se cruzan los caminos, donde el mar
no se puede concebir… Donde, efectivamente, la vida es un metro a punto de
partir… Donde se vive muy deprisa, corriendo de un lado para otro, sin mirar, mirando
sin ver… Allá donde si levantas la vista, muy probablemente te encuentres con los
ojos de un rostro popular, de esos que aparecen en televisión, con cuya mirada
pide pasar desapercibido. Lo consigue con relativo éxito, pues a su paso la
gente se vuelve, mira por un momento y sonríe, pensando, tal vez, o sabiendo,
seguramente, a quién escribir para contárselo. Lo que no dijo Sabina en su
canción fue que en Madrid los famosos campan a sus anchas perdiéndose entre la
cantidad de gente que colapsa, los fines de semana, el camino que va desde
Callao a la Plaza Mayor.
Y ya no estaba en Barcelona, pasé de conocerme
el camino a casa, de saber contestar cuando me preguntaban, a volver a
desempolvar el GPS de Google Maps, habilitando los datos de ubicación que tan
poca confianza dan, tan poca seguridad de privacidad pero que tan bien van
cuando no sabes cómo llegar.
Hubo un momento, realmente fueron varios, los
primeros días, en los que me dejaba andar. Consciente de mi desconocimiento de
las calles, no hacía por ubicarme. Quería degustar bien esa sensación de ser
todo nuevo, de ser yo el nuevo, de estar perdido y encontrar el camino poco a
poco. Sabía que si, más o menos, seguía recto, llegaría a Sol, pero no quería
saberlo. Después de un tiempo de conocerlo todo, ahora me gustaba el no conocer
nada. Perdido por Madrid, tarde o temprano, sin querer, me encontraría, y esa
sensación ya no se volvería a repetir.
Ya llevo un mes aquí, un mes que me ha lanzado
de lleno a una nueva vida a una nueva rutina. Echando de menos a tanta gente, pensando,
cuando duermo, que amaneceré donde siempre y, sin embargo, al despertar todo es
diferente.
Prometo que intenté no rimar las líneas
anteriores, pero no me salió de otra forma, me salió así y así lo dejé, con
tantas y tantas rimas. Como así me salió Barcelona, llena de personas que me
fueron saliendo y que compusieron una bonita vida y tantas, ¡y tantas! risas.
Y esto trata de ser CientounVidas, vida, vidas y (son)risas. Vivir riendo cada una de
ellas y no olvidando esa que me espera, esa que engloba y que está presente en
todas.
La otra noche a las dos fueron las tres, y yo
no me acordaba. Miré la hora en el móvil, cambiada automáticamente, vi las tres
y no me sorprendió que el tiempo hubiera pasado tan rápido, ¡qué suerte! aquella
hora que no viví... La había vivido sonriendo.
Lo importante, mi querido Suesc, es disfrutar del camino. Madrid, Barcelona, Salvador o Londres, ¡qué más da! Sólo son nombres, ciudades. Hay que mirar adelante, siempre adelante. Espero que te vaya muy bien por la capital.
ResponderEliminarEstimado Fraias, amigo mío. Agradezco el comentario de un ilustre escritor como tú. No importa la ciudad, si no la gente con la que la compartes, por eso Bilbao será siempre una de mis favoritas. Pero, hazme un favor, colega, dile a los ingleses que te den de comer más (maldito fish and chips...), que te veo en fotos... Y te estás quedando en los huesos chaval!! ;) Un abrazo
EliminarEs el ritmo de vida, me temo. Como cual bellaco, pero no hay manera de engordar. Entre el gimnasio y el trabajo, me queman todas las calorías del cuerpo ;)
Eliminar