Loading...
lunes, 16 de diciembre de 2013

Un viaje a Suiza

Cuando estás aterrizando en otro país y comienzas a acercarte, si la niebla no te lo impide, puedes ver multitud de diminutas vidas en movimiento. Vehículos, luces, personas… Son vidas que están esperando, sin saberlo, a que te encuentres con ellas. 

Pones el pie en tierra y debes aclimatarte rápido. Del frío al calor y del calor al frío en escasos minutos. Las rápidas cervezas de espera hasta que tu avión saliera contrastan con el cálido banquete entre las risas y la emoción de cuando llegas. Las conversaciones suenan diferente, los saludos con otro acento. El cambio de temperatura te sacude sin piedad mientras el contraste que recibe tu cuerpo y tu mente luce como una bajada de tensión en toda regla. Como un desmayo momentáneo que se corta con un vaso de agua arrojado directamente a la cara. Ese agua que te despeja son las personas con las que compartes el viaje, ellos finalmente te aclimatan.

Y cruzas fronteras, te dejas llevar. Visitas ciudades y pequeños pueblos. Subes montañas que alcanzan el sol y bajas al valle donde la niebla es densa. Y cuando vas andando por las calles te sorprendes al ver a gente nadando en un gélido lago. Te cruzas, paseando, con soldados de otro siglo con trabucos al hombro que te hacen dar un salto y soltar un improperio, esto sí que con tu acento, al disparar delante de ti. Ves figuras de ajedrez gigantes, un chorro de agua que, a mucha presión, alcanza ¿cuánto? ¿140 metros? Y bebes vino caliente y no entiendes cuando te explican en el CERN lo de los átomos.

Sales de la rutina y cambias la de otros. Vives cosas que nunca hubieras dicho y sumas recuerdos a tu vida. Así fue aquel viaje entre la niebla de aquel frío de Suiza con el calor de las personas a tu lado.

Y, al partir, un beso y a volar.

0 comentarios:

Publicar un comentario

 
TOP