Y tras varios días deambulando por el Sur de África, llegamos a Mozambique.
Al parecer, los funcionarios de la aduana tenían pocas  ganas de trabajar aquella noche. O puede que la culpa fuera nuestra por  llegar 15 minutos antes de cerrar la frontera… 
En cualquier caso,  después de un rápido trámite con nuestros pasaportes, el encargado de  la barrera miró a un lado, miró al otro y dijo: “Adelante”. Y así  entramos  Tae Won, Bruno, yo y nuestro Volkswagen Fox en aquel país. Sin  ningún tipo de problema.   
Esa noche, tras embadurnarnos de  espray anti-mosquitos y pasar una vez más de las pastillas anti malaria,  dormimos en el primer albergue que encontramos.   
Al día siguiente, y con tres sonrisas en la boca, nos dirigimos para Maputo, la capital mozambiqueña.
Bajo un precioso día, el mar a nuestra vera y un país que conquistar, nos encontramos con un control policial. 
Por  lo visto, la corrupción de la policía en Mozambique está a la orden del  día. Buscan a turistas y extranjeros a quien exprimirles el dinero. Y  esta vez dieron con nosotros.
Curiosamente, el funcionario que se  encargaba de la barrera de la aduana aquella noche, olvidó hacernos los  papeles que demostraban que nuestro coche estaba entrando a Mozambique.  Así que nuestro querido Volkswagen, que tan bien se estaba portando, se  presentó, sin quererlo, sin papeles en un país que no era el suyo.  Ilegal. 
El policía esbozó una sonrisa de alegría al ver que nos  faltaba aquel documento. Y yo, gracias al sofisticado portugués que  recordaba de mi etapa en Brasil, pude argumentar pausadamente y luego  discutir acaloradamente con este caballero que prefería no entenderme.  
Este  señor, la pistola que tenía amarrada a la cintura y sus tres compañeros  que sonreían por detrás, nos comunicaron que iban a proceder a  inmovilizarnos el coche en el caso de que no llegáramos a “un acuerdo”.   Fue en ese preciso momento cuando, del portugués, pasamos a las… sanas  palabras en castellano que tan bien sabíamos pronunciar y que ellos  prefirieron obviar.  
Así que, con la idea de zanjar el problema,  me ofrecí a ir en busca de un teléfono público para llamar a la  embajada española y comentarles la situación. Nuestros móviles no  funcionaban en Mozambique. Tae Won y Bruno se quedaron custodiando el  coche y, a su vez, custodiados por la policía.
Y comenzó la aventura 
Recordad. Si vais a Mozambique y se os ocurre llamar a la embajada un domingo, habéis de saber que está cerrada. 
Así  que volví a intentarlo con el número de emergencias, pero no podían ayudarnos en ese  momento. Se limitaron a aconsejar que no accediésemos al soborno.  Precisamente eso era lo que tratábamos de evitar ya que nadie nos aseguraba que, una vez pagado, otros cuatro policías nos quisieran volver a estafar.  
Con que, sin tener muy claro cómo proceder, decidí volver al punto de la carretera donde había dejado a toda la tropa. 
Y… ¡oh sorpresa! ¡oh admiración! Todo el mundo había desaparecido.  
Habría  pasado una hora escasa desde que dejé a mis amigos con la policía y  había ido en busca de un teléfono que funcionase. Pero allí no quedaba  nadie. 
Y ¿qué hiciste? ¿qué hiciste? Os preguntaréis… 
Me alegro de que me hagáis esa pregunta. 
Allí  me encontraba pues, vestido para ir a la playa, con unos pocos meticáis  en el bolsillo (moneda oficial de Mozambique) y tratando de que el duro  sol del medio día me permitiese pensar qué hacer a continuación.
Entre comisaría y comisaría encontré la salvación 
En  el camino que había recorrido en la búsqueda de un teléfono público me  había parecido ver una gasolinera. Así que allí acudí con la esperanza  de que alguien supiera algo de aquella gente. 
Tras preguntarle al  gasolinero por la comisaría más cercana, un cliente que estaba con la  oreja puesta me dijo, “yo te llevo por 200 meticáis”. “100” le dije yo.  “Trato hecho” contestó. Sigo pensando que tenía que haberle ofrecido  menos… 
En esa comisaría no sabían nada ni del coche, ni de Tae  Won, ni de Bruno, ni del portugués que yo trataba de hablar. Pero me indicaron la  dirección de otra comisaría en otro punto de la ciudad. Miré mi bolsillo  y llegué a la conclusión de que no me quedaban demasiados meticáis, así  que me despedí de mi atento chofer que se encontraba esperando en la  puerta. 
Cogí uno de esos minibuses... Esas furgonetas en las que  aquí cabrían 7 personas y allí llenan, sin esforzarse mucho, con 20. El  precio era solo de 5 meticáis.  
Sin tener muy claro a dónde me  dirigía y cuál sería mi parada, y contando con que en aquel transporte público o gritas  “¡para!” o siguen para adelante, entablé conversación con dos chicas muy  majas. Curiosamente, ellas parecían entenderme mejor que los policías. 
Les  debí caer bien o no tendrían otra cosa que hacer aquella tarde porque  accedieron a ayudarme. Me llevaron de comisaría en comisaría, cogiendo  varios minibuses.  
Tras los infructuosos resultados que íbamos  obteniendo en todas aquellas casas cuartel, finalmente me llevaron al  puesto policial de su barrio. De su humilde barrio. 
Ellas no  querían entrar al edificio, de hecho no querían ni acercarse. Así que lo  hice yo solo. Al igual que en las anteriores ocasiones, allí nadie  sabía nada y a mi empezaba a acabárseme la paciencia.  
Cuando uno  de los policías me acompañó a la salida y vio a mis nuevas amigas  esperándome fuera, les espetó con tono sarcástico “no tenéis por qué  tener miedo, nosotros estamos aquí para protegeros”.
Cuando nos  alejábamos, ellas me confesaron que una mujer del barrio no entraba ahí  si no es para visitar a algún marido o familiar al que han llevado  preso. 
La verdad es que la situación comenzaba a ser  desesperante. Pero he de decir que la compañía de aquellas chicas y su  solidaridad fue increíble. Si no hubiera sido por ellas… El sol de  Mozambique hubiese acabado con mis fuerzas. 
Fue, precisamente, la  casualidad, el destino o el camino recorrido lo que me llevó allí, a  aquel barrio. El hecho de encontrarme con aquellas chicas, en aquella  furgoneta, y que accedieran a ayudarme determinó finalmente que  encontrara a mis amigos.  
Saliendo de aquel barrio, de nuevo a la  carretera, y en busca de otro minibús ¡vi pasar a nuestro Volkswagen!  Esta vez liberado de la policía y con Bruno y Tae Won a bordo. Así que  corrí detrás, agitando las manos, gritando… y finalmente me vieron. 
Ellos llevaban también varias horas buscándome. Al igual que yo, de comisaría en comisaría. 
Se  habían pasado el día escoltados por la policía de cuartel en cuartel.  El objetivo era amedrentarles, que acabaran pagando definitivamente. No  tenían ningún interés en inmovilizar el coche o en poner multa alguna ya  que, si así lo hacían, no verían ni un triste meticai. 
Fue en  uno de esos controles policiales donde un funcionario les comentó a mis  amigos que había llegado hasta allí otro chaval buscándoles. Poco  después, hartos de tanto mareo y de aguantar el duro sol y el calor del  interior del coche, Tae Won y Bruno accedieron al soborno. Pero antes  prefirieron negociar. Al parecer, los policías también tenían ganas de  irse a casa y Bruno supo verlo. 1500 meticais fue el precio a pagar por  dejarles en paz. Apenas 70 euros. Todo un sueldo para 4 funcionarios que necesitaban de este tipo de jugarretas para llegar a fin de mes. 
Así que  juntos de nuevo y con el consiguiente riesgo de que nos volviese a parar  otra cuadrilla de las fuerzas de seguridad de Mozambique, decidimos  aparcar el coche y esperar a hablar al día siguiente con la embajada.  Aquella noche invitamos a nuestras dos chicas mozambiqueñas a una buena  cena y los siguientes 4 días nos dedicamos a recorrernos aduanas y  fronteras.  
Pronto haríamos nuestra una interesante frase que  escribió una vez Javier Reverte en uno de sus libros, “En África la cosa  más simple puede convertirse en un gran problema y un gran problema  solucionarse de la forma más simple”. Pero eso os lo contaré otro día. 
Asiertxo.  
 
 
Vaya peripecias! Me ha gustado mucho como finalizas la narración..."En África las cosa mas simple puede convertirse...", muy propia para la ocasión!
ResponderEliminarUn cordial saludo y espero os vaya todo bien.
Ramón
Agradezco que te hayas tomado un tiempo para llegar hasta el final del relato.
ResponderEliminarLa frase es de Javier Reverte y fueron varios sucesos los que nos demostraron la veracidad de esas palabras.
Al final, eran las personas que nos íbamos encontrando quienes hacían de cada día una aventura y de las que dependíamos para salir de cada una de ellas.
Un abrazo.
;)
El otro día, hablando por Skype, me preguntaste si había leído esta entrada. Aunque sabía la historia, no lo había hecho. Ahora sí.
ResponderEliminarComo siempre, ha sido un placer leerte, tratar de visualizar en mi mente toda tu aventura e incluso averiguar detalles que desconocía.
Genial.
Es realmente gratificante satisfacer a un lector, escritor y orador infatigable como tú.
EliminarMe encantaría conocer más de este viaje. Como por ejemplo que países has recorrido de África además de Mozambique. Yo realice un viaje por el sudeste asiático a bordo de un volkswagen fox y pude recorrer 3 o 4 países. Quiero más historias como estas.
ResponderEliminarSalimos de Ciudad del Cabo y recorrimos toda la costa sudafricana, subiendo y bajando, parando o siguiendo, según veíamos.
EliminarLuego cruzamos Swaziland, donde nos detuvimos unos días.
Desde allí pasamos a Mozambique para más adelante volver a Sudáfrica, esta vez por el Norte, hasta llegar a Pretoria, ciudad donde nos robaron nuestro fantástico volkswagen fox.
No tardaré mucho en escribir más historias acerca de este viaje, que tantas anécdotas nos proporcionó.
Agradezco tu interés!!
;)
http://photos.miarroba.com/asiertxos/102-cimg2625/